“A lo bien que esto se va a reventar”, “no le cabe una persona mas”, “¡Que tengan cuidado con las vallas de seguridad¡”
Me atrevería a decir que en la historia del chou de las estrellas (y Jorge Barón en sus mejores tiempos) jamás una plaza pública había estado tan llena, como
Los buses recorrían las carreteras, llegaban desde todos los rincones de Colombia cargados de rock and roll, sexo y drogas.
Mas de 200 mil personas (algunos se atreven a decir 300 y otros mas osados 500 mil), de diferentes colores, hombres y mujeres, esperaban ansiosos la aparición de las bandas (nacionales e internacionales), que habían llegado a Colombia provenientes de los países del rock, metal, reggae y punk.
Foto: Andrés Lamus
Día primero:
La noticia de la muerte de Michael Jackson, Mario Benedetti, Escalona y Javier Augusto Rojas (reconocido embolador de zapatos de Bucaramanga), se había extendido, abarcaban los titulares de todos los medios y estaban frescas en la mente de todas las personas que en ese momento vestían de negro, en falso luto. Nada importaban esos acontecimientos, importaba menos la espera, “¡los cigarrillos a 500 y el agua a 1500¡”.
Día segundo:
Muchos colores, formas, instrumentos, música, naturaleza que poco a poco iba invadiendo el ambiente y ocupando el poco espacio libre que, por increíble que parezca, quedaba en el parque. Rasta, reggae, verde-amarillo-rojo se tomaron el escenario. La primer nota salio del saxo y la coreografía mas grande de Colombia empezó, (el humo blanco solo era un efecto agregado, a nadie le interesaba el nuevo papa).
Día tercero:
Fito, como se le dice de cariño a Fito, terminaba. Las luces se apagaron. La magia del rock Sudamericano perduraría en la mente de miles de espectadores que sin excepción cantaron, por lo menos, un tema del argentino. Bogotá seria nuevamente un pueblo desolado, los buses abandonaron lentamente la cuidad. Al parque Simón Bolívar tendrían que hacerle aseo.
Foto: Andrés Lamus
JuanCHITO
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